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Cargar la cruz no es quietud
- 23 agosto, 2017
- Posted by: Flori Pérez
- Category: Matrimonio
Hola, Lupita:
Mis papás tienen 35 años de casados, pero mi mamá ha sufrido mucho con mi papá. Toda la vida la ha engañado y está sucediendo también en estos momentos.
¿Qué le aconsejo?, ¿que siga esperando, a ver si cambia, o mejor que se separe? Me esfuerzo por estar cerca Dios, y me gustaría influir en forma responsable.
María V.
Muy estimada María:
Si Cristo no hubiera venido, te contestaría sin dudar: “que se separe”. Pero esta respuesta, la más lógica en un mundo pagano, no es la solución recibida bajo la luz de la Verdad.
Ante las situaciones complejas, tendemos a considerar solo dos opciones, y con frecuencia son extremos opuestos entre sí. Tú lo expones así: “O que siga esperando o que se separe”. Y la respuesta es: ni una opción ni la otra son cristianas.
Una mujer no tiene por qué admitir la infidelidad. Dios ha planeado la relación humana para el auténtico amor -vivido en plenitud cuando se es fiel-, el cual se manifiesta de modo exclusivo al ser con el que se compartirá toda la vida.
Si alguien llega a los 35 años de matrimonio en medio de infidelidades y amarguras es, tal vez, porque está esperando que algo pase, que el otro cambie, que las cosas se den.
Hemos sido creados para la virtud; para crecer como seres humanos y ganar el Cielo amando a Dios y a nuestro prójimo. Nos realizamos y gozamos de plena felicidad si respondemos a este llamado universal. Cuando un problema se presenta, no está ahí para que esperemos, sino para que actuemos. Las dificultades son oportunidades de crecimiento, para luchar por lo correcto y entregar nuestra vida a un ideal. Desde el primer momento de la infidelidad, hay una exigencia divina de trabajar denodadamente por conquistar la virtud contraria.
Tus padres no han respondido así. No han cargado la cruz, más bien se han quedado debajo de ella. Los dos, atrapados en sus debilidades, no han salido del problema; solo lo han alimentado… 35 años más tarde no es momento para separaciones. Están en el umbral donde deben elegir entre Cristo y el mundo; están obligados a no esperar más y actuar, prepararse, valorarse, buscar una conversión del corazón para hacer la voluntad divina.
En este panorama veo a dos seres a quienes Dios llama otra vez: un hombre al cual pide dejar su pecado atrás, y preparar sus cuentas para entregar al Creador un poco de amor; una mujer a quien le pide valorar su dignidad y, con genio femenino, emprender un camino de superación tomando la mano de María Santísima, modelo de virtud y ejemplo de lo que es permanecer de pie, al pie de la Cruz.
Ni separación, ni resignación sin esfuerzo. Más bien acción amorosa, compromiso inteligente y perdón que olvida todo, pero que exige, a la vez, lo mejor del ser amado. Lucha de dos personas destinadas a la salvación por el amor infinito de Dios.
Nos advierte el Padre Shrivers: “El egoísmo se va posesionando nuevamente del mundo. Ya tiene inficionada a la Sociedad entera con su veneno, va penetrando en la vida de familia y trata de infiltrarse hasta en la Iglesia”.
Ahoguemos el egoísmo de los otros, en mares de amor.